Daily Archives: 15 de octubre de 2020

EL VIEJO ROCKERO

Está sentado en la calle, en una céntrica y transitada calle con su vida guardada en un viejo petate y con sus escasas pertenencias esparcidas a sus pies. Un viejo rockero con larga cabellera gris, barba gris y rostro curtido, gafas de sol que se mantienen a duras penas sobre la punta de su colorada nariz y un pañuelo negro y blanco puesto a lo pirata sobre su cabeza. Rasga su gastada guitarra tocando gastadas canciones de viejo y bueno rock and roll. Su uniforme de rockero a la vieja usanza está tan sucio como el suelo donde se asienta. Canta con los ojos cerrados, perdido en lugares que sólo él conoce. De vez en cuando para y echa un trago de una botella de Coca-Cola de dos litros mezclada con vino, el combustible que le proporciona energía para seguir allí sentado esperando que alguien quiera escucharlo y, a cambio, darle alguna moneda con la que pueda pasar un día más. No es un mendigo, es un trovador, un juglar, un músico callejero, un artista sin fortuna.

La gente pasa a su lado como si fuera invisible. Todos demasiado ocupados en sus propias travesías como para percibir la vida que les pasa por al lado.

Yo sin embargo no puedo dejar de mirarlo. Su música capta mi atención y no puedo evitar imaginarlo muchos años atrás, con otra vida quizá, con otro aspecto, con otro aire, vencedor y no vencido.

Mi mano vuela a mi bolsillo y busco lo que puedo ofrecerle por su música. Me avergüenza darle una miseria por algo que no se puede tasar: una vida dirigida por la música. Nunca sabré si una vida fiel a unos ideales o una vida llena de renuncias. Quizá su propia vida esté encerrada en una canción.

Deposito en la funda de su guitarra unas pocas monedas sin atreverme a mirarle a los ojos, no me siento a su altura. Sin embargo, él sonríe alegre y en un español bastante limitado me hace señas para evitar que salga corriendo y me indica que va a tocar algo para mí. Comienza una nueva canción y oprime mi garganta la fuerte garra de la lástima, si él lo supiera seguramente me devolvería la moneda. Canta y sonríe viviendo en cada nota que me regala. No puedo evitar pensar en el porqué de su situación. Alguien que siente la música como él y la transmite de la misma forma posee, para mí al menos, un innegable talento. No dispongo de más tiempo, que es lo único que realmente necesita, y avergonzada comienzo a recular con una tímida sonrisa iniciando mi marcha. Él me saluda con la mano y me lanza un «gracias» en un montón de idiomas, incluso en el mío, sin dejar de sonreír ni con su boca ni con su mirada, y sólo me asaltan las ganas de lanzarme a su cuello y abrazarle fuerte, para que no se sienta solo nunca más.

Le he vuelto a ver un par de veces. Le he observado desde lejos, vigilando a la gente que pasaba a su lado sin siquiera obsequiarle con una simple y gratuita mirada… He vuelto a ver la mezquindad de las personas, su egoísmo y el negro futuro que tiene esta humanidad deshumanizada.

De nuevo caigo en la tentación de robarle un poco más de música y le he dado una miseria por ella. Tan sólo por compartir con él un poco de esa emocionante vida que seguramente ha vivido, o al menos eso quiero creer yo. Me he sentido diferente cuando me ha reconocido y, al despedirme, de nuevo me ha obsequiado con un poco de su optimismo y vitalidad a pesar de sus años. Luego he vuelto a casa, a esconderme en mi burbuja.

HE SENTIDO EL PECHO

He sentido el peso
de tu aliento en el límite
izquierdo de mi lóbulo.

Me ha embriagado
tu perfume, prendido en mis mejillas,
y tu voz enredada en no sé qué neurona
sensible al terciopelo de tu boca.

Mi cuerpo
se ha encendido
al sentir el roce
imperceptible de tu mano.

Hoy
me he despertado
mientras tú aún dormitabas en mi sueño,
aferrado, como buen infractor,
a la pagina 23 del libro de poemas
que anoche, antes de dormirte,
descansaba sobre tu pecho.

Ángela Serna