ATARDECER

Un paseo a media tarde. El silencio de un lugar que se olvida tras el verano. La temperatura que invita al abrazo, apretando tus propias extremidades alrededor de tu torso. Y el aire se llena de aromas que despiertan cuando el sol va apagando su luz. Perfumes sinuosos, recónditos, que van reptando hasta la trampilla cerrada de los recuerdos.

Como un baño que alivia el sofoco diurno, los recuerdos caen trayendo la ligereza de la infancia, la osadía de la juventud. Y se sacude el cuerpo presa de un cataclismo debido a la paradoja entre tiempos. Pasado y presente mirándose frente a frente.

Uno, sintiendo las ganas de alargar la mano para deslizar una caricia llena de nostalgia. Otro, luchando ante la incredulidad, quizás los puños apretados, o el desencanto.

Afortunadamente la juventud no puede imaginar lo que la acción corrosiva de la vida es capaz de ocasionar en todos esos castillos construidos en tiempo de sueños. Irremediablemente la edad termina por obligarnos a volver la mirada hacia el camino recorrido.

Arrastro mis pies a través de los últimos pasos que me alejarán de este nirvana de olores, colores y detalles que se me adhieren y se obstinan en retenerme lejos de cualquier realidad, sea cual sea. Quizá todos duerman ya. Estoy realmente cansada, y aunque siento que la gravedad es más fuerte que nunca y parece que mi cuerpo pesa tanto que no voy a ser capaz de sostenerlo ni por un segundo más, tengo la cabeza inflamada de imágenes, palabras, advertencias, recuerdos, pensamientos, reflexiones. Y rendirme a la voluntad de mi cuerpo sé que hará que muchas de las cosas que podrían surgir de este momento desaparezcan. Como la noche al amanecer. Como los sueños se esfuman dejando tan sólo un nebuloso rastro. Como la estela que deja un perfume denso al cruzarse en el camino. Un perfume sinuoso, recóndito, que va reptando hasta la trampilla cerrada de los recuerdos.

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