LA MISMA CAMA

Abro los ojos. Estiro los brazos sobre la almohada. Me deslizo por la cama. Mi habitación es de cristal. El color azul del cielo pinta sus paredes y el sol es la sonrisa que necesito para ponerme en pie. Me siento como los pétalos que se abren cada amanecer. Dejo que el agua caiga sobre mí como el rocío lo hace sobre la tierra para despertarla. Mire donde mire no hay fronteras. El mundo está lleno de horizontes: por descubrir, por disfrutar, por compartir. Todo es color. Incluso escucho el sonido que trae el día, como una guitarra que libera las notas de mi canción favorita. Respiro y siento mis pulmones llenarse y el oxígeno henchir mi cuerpo. Un nuevo día. Verano. Ahora mismo podría incluso convertirme en cometa… y volar.

Me pesan los párpados. Mi cuerpo se encoge buscando refugio. He de arrastrarme para abandonar la cama. Llenan las paredes de mi habitación retazos de realidad, recibos que la vida aún debe cobrar. Un escenario que hace tiempo debí abandonar. No sé si hace sol, ni tampoco me importa. El uniforme de la rutina resulta igual de pesado si llueve, como si no. Dejo correr el agua para que arrastre la amargura que me empaña. Mire donde mire todo son puertas. Puertas que se cierran. Todo es baldío. Nada a lo que asirse, árido. El dolor del mundo resulta ensordecedor. Me cuesta respirar y siento plomo recorriendo mi cuerpo. Un nuevo día. Una nueva batalla. Ahora mismo podría seguir durmiendo… hasta la eternidad.

Los mismos ojos. La misma cama.

Idoia Mielgo Merino_firma

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