Acudo a ti como tantas noches lo hice antes. Había olvidado, o deseado olvidar, mis requerimientos y tus cánticos, mi falta de convicción y tu influjo. Esta noche especialmente luminosa me ocultas parte de tu rostro. ¿Acaso te sentiste contrariada por mi ausencia?
Inmensa en el vasto infinito, regente de la oscuridad y las sombras tú, que otorgas deseos, aquellos ocultos, aquellos guardados y furtivos como tu órbita, a pobres almas que hasta a ti acuden dolientes y perdidas entregándote su voluntad a cambio de uno solo de tus besos. Tus besos. Que hielan el alma y nublan la razón. Transmisores de tu ancestral sabiduría.
Suspendida desde el principio de los tiempos. Vigilando con celo los infortunios que te rodean. Aquí me tienes, vuelvo a tu lado despojado de todo orgullo, sin exigencias ni reclamos, sin estruendo, quebrantado y desfallecido apelando a tu poder.
¡No…! No te ocultes. No te envuelvas entre nubes de despecho. He vuelto a ti ¿no es suficiente? Fui eterno amante de tu estela, errante acólito de tus sentencias. Te fallé, sí, abusé del poder ungido y me entregué a un mundo que exigía renunciar a ti.
Los lunáticos no están bien mirados en los dominios de la luz. Y robándote un último beso corrí hacia ellos, apartando mis ojos de tu semblante.>
Pero te llevo en mi sangre, la que a través de tu tacto volviste argentina, como un río de mercurio pesado y asfixiante, que me ha devuelto al extremo de tus destellos. Lo derroché, lo perdí todo… todo el vigor concedido, todo el misterio, toda capacidad de soñar.
Vuelvo a ser un pobre insensato, necesitado de tu proyección, de tu ascendiente. ¡Mírame, Luna! Mírame y déjame amarte de nuevo. Mi corazón se deshizo sin tu halo, tan solo tus cristalizadas caricias lo sostendrán, suspendido en el frío eterno de tu noche.
