Categoría: Crónica

EL MUNDO DE VERDAD

¿Por qué la humanidad se destruye? Este mundo caótico en el que vivimos parece que no tiene remedio. El mundo está gobernado por ignorantes del amor, de la paz y de la vida sosegada. Si el motor de progreso es el ansia de poder, errado es el camino por el que vamos. A veces la vida se convierte en el frente de batalla de una guerra encubierta. Y nos adoctrina en el pensamiento de que, a veces, destruir es la alternativa para volver a sentir la fuerza creadora.

Hemos hecho un arte del comenzar de nuevo cuando tocamos fondo, desde los escombros. La historia no dejará de repetirse: otros rostros, otros paisajes, otras modas… pero siempre nosotros. La búsqueda del bienestar termina por insensibilizar nuestros sentidos y se nos hace necesario sacudirnos en ese horror del caos, para que se desprenda del corazón el revestimiento que lo ahoga, que lo anestesia para dejar de sentir.

Todo es cuestión de tiempo, que todo termine, que empiece de nuevo o que, pese a todo, perdure a pesar del día a día. ¡Tanto tiempo…!

Pero cada día amanece de nuevo y con ello, nos ofrece una nueva esperanza. Cada jornada la luz renace de la oscuridad para mantener otra dura batalla, y yo, sigo aquí.

No me gusta volver a lugares llenos de despedidas. Están ahí, y los siento, pero evito regresar. Prefiero buscar los lugares que hablen de paz, de una vida tranquila donde lo importante, lo realmente importante, sea estar.

PIES EN TIERRA

A veces nos creemos dueños de nuestros pasos. Por momentos, pretendemos poder tocar la cima de nuestros sueños. Pero cuando uno cree estar cerca de la meta, descubrimos que tan sólo es una etapa más antes de alcanzar lo deseado.

Quizá haya vientos que nos empujen… los del destino o el desatino de corrientes que nos golpean. En la naturaleza de todas las cosas nunca se es dueño real del curso de la propia vida, quizá podamos orientar la dirección de nuestros pasos, pero siempre habrá elementos ajenos a nosotros que nos exijan tomar uno u otro rumbo.

Demasiado centrados en los mapas que desplegamos en pos del  tesoro esperado, a veces olvidamos, tan sólo, disfrutar del viaje de la vida.

ESTELAS DE NUESTRA RUTA

La espera es como una puerta cerrada que miramos expectantes. En la que se estrellan los minutos prendidos de un pomo que esperamos ver girar franqueando el paso a nuestra esperanza, a nuestros anhelos.

Y en ese tiempo desértico se amontonan a nuestro alrededor las hojas caídas del calendario. Maleza marchita que va apagando nuestros pasos. Todo parece detenerse cuando uno espera y cada segundo se dilata —elástico— poniendo a prueba el valor de quien confía.

Pero una puerta es una puerta y al final… siempre acaba abriéndose. Aunque por esa misma condición, después, vuelva a cerrarse.

Y entre puerta y puerta, fuimos dos esperas enfrentadas, dos buscadores, un cúmulo de sueños perdidos. Conteníamos toda la intensidad que se amontona en la imposibilidad de compartir. Y se cruzaron los caminos, e intercambiamos las cargas, yo tomé la tuya y tú, me despojaste de la mía.

Si miro en los mapas de mi viaje, en ese momento dejé de ser. Dejé de ser mi día a día, dejé de ser la rutina y el poso de lo que va quedando. Puedo lanzar mi mirada hacia la lejanía y vislumbrarme, en mi hoy, en una escena distinta —¿siendo lo que siempre quise ser?—. Y te encuentro frente a mí. En el mismo itinerario. Esperándome. Tendida tu mano que, ahora, completa la mía.

TE VAS

Te vas, sé que es ley de vida y sin embargo esta parte egoista de mí se resiste a tu ausencia. Quizá te abandoné hace tiempo, pero te sabía caminando, lidiando con el día a día. En ocasiones retornaba a ti. Mi guerrero, mi alma pura. En tu oscuridad encontré yo los primeros destellos de luz. La incondicionalidad a pesar de tus fracturas con una raza distinta a la tuya.

Te vas, sé que es hora de dejarte partir, pero cuesta soltar, dejarte volar sin saber dónde habré de volverte a encontrar. La edad se asoma a tu mirada quieta. El peso que ya no puedes aguantar y yo… no estoy para sostenerte.

Te vas, mi despeinado caballero, mi resignado amigo, mi aprendiz de lobo, mi fortuna negra, ¡tantas veces mi aliento!

Te vas, y te acompañaré desde este alambre en el que caminamos, para sentir cómo te alejas hacia una inmensidad inabordable. Y te observaré desde este espacio temporal que habitamos.

Me quedará una mella en el alma, un pequeño desgarrado que habré de aprender a remendar. Lo haré con hilo negro, de seda, para recordarte siempre y cada día.

NAUFRAGIOS

Lamentablemente los naufragios de cada día que te precipitan hacia una nueva caída, que te arrojan a un vacío inasible, te sumen en el descreimiento en la naturaleza humana.

La pérdida de otro pulso que acompañe tu pulso. El fracaso de un caminar abrigado. La frustración de clamar en un nuevo desierto.

Te blindas, te endureces, te agarrotas. Te queda tu guarida, tu sombra y tu silencio. Transitando en una bruma que vas generando para soportar cada sacudida, cada nueva convulsión, cada borrasca.