El viento me trae un recuerdo. Es la misma brisa de cuando mi alma brillaba como las rocas. Tenía dieciséis años y tres deseos: cabeza de lechuza, corazón de cierva, sexo de pantera.
El viento, veinte años más tarde, mece al Árbol de la Vida. Contemplo los frutos maduros a sus pies, cómo rezuman la ironía del tiempo cómo se pudren, impotentes y asombrados por el hoy de aquella joven que se rebautizó a sí misma Yo Soy Yo y Sólo Yo.
Inicios, promesas, aún el aroma de días pasados que llevan a la mente por caminos andados, y devuelven en susurros palabras que se entregaron en un tiempo compartido que la vida nos concede.