Daily Archives: 9 de noviembre de 2020

ATARDECER

Un paseo a media tarde. El silencio de un lugar que se olvida tras el verano. La temperatura que invita al abrazo, apretando tus propias extremidades alrededor de tu torso. Y el aire se llena de aromas que despiertan cuando el sol va apagando su luz. Perfumes sinuosos, recónditos, que van reptando hasta la trampilla cerrada de los recuerdos.

Como un baño que alivia el sofoco diurno, los recuerdos caen trayendo la ligereza de la infancia, la osadía de la juventud. Y se sacude el cuerpo presa de un cataclismo debido a la paradoja entre tiempos. Pasado y presente mirándose frente a frente.

Uno, sintiendo las ganas de alargar la mano para deslizar una caricia llena de nostalgia. Otro, luchando ante la incredulidad, quizás los puños apretados, o el desencanto.

Afortunadamente la juventud no puede imaginar lo que la acción corrosiva de la vida es capaz de ocasionar en todos esos castillos construidos en tiempo de sueños. Irremediablemente la edad termina por obligarnos a volver la mirada hacia el camino recorrido.

Arrastro mis pies a través de los últimos pasos que me alejarán de este nirvana de olores, colores y detalles que se me adhieren y se obstinan en retenerme lejos de cualquier realidad, sea cual sea. Quizá todos duerman ya. Estoy realmente cansada, y aunque siento que la gravedad es más fuerte que nunca y parece que mi cuerpo pesa tanto que no voy a ser capaz de sostenerlo ni por un segundo más, tengo la cabeza inflamada de imágenes, palabras, advertencias, recuerdos, pensamientos, reflexiones. Y rendirme a la voluntad de mi cuerpo sé que hará que muchas de las cosas que podrían surgir de este momento desaparezcan. Como la noche al amanecer. Como los sueños se esfuman dejando tan sólo un nebuloso rastro. Como la estela que deja un perfume denso al cruzarse en el camino. Un perfume sinuoso, recóndito, que va reptando hasta la trampilla cerrada de los recuerdos.

NOWIEMBRE

Nada nuevo en esta pegajosa sensación de que el año, que ya está a punto de concluir, está resultando un año huero, temible, y en cuestión de análisis de la humanidad, estéril. Los primeros meses de desconcierto prendieron una pequeña llama de esperanza sobre un resurgimiento de conciencias, de la solidaridad y regeneración de nuestra especie.

A pesar del desconcierto y el inevitable temor a lo desconocido que había venido a cubrir el mundo con un manto de oscuridad y desaliento, la respuesta ofensiva de unión, coherencia y renovación nos insufló ánimos convirtiéndonos en globos que coloreaban los días de encierro y aislamiento.

Alcanzado el ecuador de este año, la primavera, retenida forzosamente en cada casa, explotó en las calles, en los países, en el mundo… Pero no fuimos capaces de prever la onda expansiva que arrastró tras ello. No sólo no superamos esta improvisada prueba, sino que volvimos a traer tormentas y tribulación.

Y hoy, un lunes cualquiera, del penúltimo mes de este inquietante año, me encuentro más desorientada que nunca. He ido perdiendo ese aire que me había elevado hacia un inconcreto anhelo y hacia una extraña ilusión. Me siento como el globo que va dando bandazos mientras se hace cada vez más pequeño y quebradizo.

Sigo atenta al calendario esperando encontrar ese día en rojo, festivo y prometedor que llene de mariposas nuestros labios y permita echar a volar nuestras manos.

Noviembre de 2020.