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PASEANDO CONTIGO

Qué lenguaje viaja oculto
en la fragancia liberada
tras el derrumbe del día
que cala nuestros sentidos
y desata un rumor antiguo
donde la entraña se hace tierra,
se hace campo, se hace arboleda,
rescatándonos de nuestro encierro.

Y mientras la luz se apaga
tierra, campo, arboleda
se refrescan y se ungen
de esencias ignotas, en espera
—quizá—,
del retorno de la luna,
perla que engalana las noches.

Idoia Mielgo Merino_firma

RELATO DE DOMINGO

Sopla el viento anunciando la cercanía de una estación que se aproxima inexorable. Alzo mi rostro para aspirar la fragancia que la precede. Es el otoño, un entretiempo en el que la naturaleza me atrapa y libera, me inspira, me desordena y me acoge.

Domingo sereno tras borrascas de verano. Momento perfecto para sumergirse en la lectura.

                                       

Ahora que mi tiempo se termina y apenas puedo levantar mi rostro. Ahora que ni la vestidura soporto contra mí porque en la agonía final el más ligero temblor me inclina ante el precipicio en el que he de extinguirme. Ahora, y sólo ahora, deseo gritarte todo aquello que he guardado entre los pliegues que me han cubierto durante mi temporal existencia.
No te hablaré del principio porque aún siento que antes de ti no había nada. Perdura la huella, como grabada a fuego, de la primera vez que te vi. A través de una cortina de lluvia de la que huías, agazapada, entumecida por el frío y el peso del agua sobre tu cuerpo delicado. Se detuvo el tiempo, ¡ah… el tiempo!, un concepto que cambió al conocerte. Yo, inmóvil, dejando que el agua diluyese tu visión por si tan sólo fuera un espejismo. ¿Después?, no sé. Mis días esperándote, buscándote siempre en el mismo lugar. Contraída el alma ante la expectativa.
Una vez llegaste, deprisa, inquieta como siempre que el sol lucía. Apenas me rozaste, algo fortuito, y pude sentir cómo estallaba mi mundo llevándome contigo a través de burbujas azuladas, como el cielo en el que tantas veces te perdía. ¡Si hubieras podido escuchar las notas que aquellas casuales caricias me arrancaban formando para ti una nueva «chanson triste»! Las noches de desvelo rogándole a la luna, mecenas de los amantes, que me regalase alas de plata para poder seguirte.
Algunas veces te agitabas coqueta a mi alrededor, o frente a mí, hiriéndome mientras te miraba con embeleso esperando que la brisa me trajera el eco de tus juegos. Exquisita en tu forma de moverte. Incluso a contraluz, recortada tu silueta proyectando sombras, descubría que deseaba perderme por siempre en ellas si así lograba que te quedaras conmigo día y noche, sin importar la penumbra.
Vestías colores que inundaban mi universo de primavera, pincel del aire, retal de arco iris. Te quería azul, mar de sueños, bóveda celeste; y verde, esperanza eterna, intensa o suave, húmeda o cálida; te quería blanca, dulce serenidad, jirón de nube; y marrón y roja, pasión que se inflamaba al verte; y también negra, color de la noche donde el temor a no volver a encontrarte y el desánimo de la impaciencia, me hacían cerrarme en mí esperando con ansia un nuevo amanecer que te volviera a traer.
Puedo imaginar tu sorpresa al descubrir la naturaleza de mis emociones. Incluso entenderé que te parezcan desmedidas, tanta vehemencia en apenas diez días transcurridos desde esa primera vez pero, compréndelo, ¡dispongo de tan poco tiempo!
El color me huye y mi aspecto se marchita. Mi ciclo vital es muy breve, pero intenso y apasionado. Te contemplo meciéndote en el viento, delicada… mariposa tú y yo… una rosa.

Idoia Mielgo Merino_firma