Paseas, lo murmura la brisa que reverbera en mi oído con el eco de tu voz.
A lomos del viento —intrépido jinete— persigues mi desamparo arrancándome, como hoja en transición, del lugar en el que pendo cuando tu ausencia me envuelve.
Y me elevas, me revuelves, juegas a dejar que caiga para luego retenerme, acaricias mis esquinas recorriendo mi contorno, te cuelas entre mis sombras para prender esa llama en la que habré de quemarme cuando tu aliento la avive.
Arañas mi silueta, premeditado tormento, y tiemblo, mientras espero la mordedura fatal, devolviéndome la imagen de la voluntad rendida a la pasión, al anhelo, que tu osadía alborota ignorando mi agonía.
Como señor de mis horas, de mis noches, de mis días, conocedor de mi alma, de mi pulso y de mi carne, seduciendo el pensamiento, el ímpetu, la lucidez, atravesando el espacio, surgiendo como energía que envuelve todo mi cuerpo y te acerca, al fin, a mí.