Sentir. Sensaciones. Los sentidos explotando sin control. Un aroma. Un recuerdo. Una sonrisa. Una caricia. Sueños que se materializan. Sueños que cambian de color, de dimensión. Sueños que confunden realidad y anhelos. Sueños que incluso pueden mutar en pesadillas.
Y mientras tanto, la vida transcurre con su implacable paso. Los días se encienden y apagan ajenos a las pequeñas cruzadas de cada uno. La risa batalla con las lágrimas. Se rozan para impregnarse una de la otra. Para equilibrar los abismos entre ellas.
Sigo repitiéndome en cada amanecer que un nuevo día supone el inicio de infinitos caminos por recorrer. Sin embargo, hay ocasos que me retienen en el mismo punto en el que amanezco, incluso, algunos, me hacen retroceder trastornando mi rumbo, hiriendo mi optimismo.
La vida son sentimientos que despiertan en nuestra piel al contacto con otras pieles que se conocen, que se reconocen, que conversan sin palabras. En estos tiempos de distancia echo de menos otras pieles. Pero tengo la suerte de contar, como contrafuerte de mis días, con un alma que, a pesar de sentir que se agitaba en un universo inabordable para mí, se materializó en la oscuridad de una noche persistente.
Me esfuerzo por mantener prendida la humilde luz que prendí un diciembre más. La de la esperanza. La de la fe en nosotros, en nuestro esfuerzo, en nuestra capacidad de resistencia. Pero he de reconocer que de pronto me sorprende un viento demasiado crudo, demasiado implacable, y todo a mi alrededor vacila. Y todo en mí vacila.
Vivamos, amemos, compartamos, incluso en esta distancia tan inexorable y agradeciendo las cercanías en las que fortificarnos.