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NUESTROS RECUERDOS

Los recuerdos son esos instantes que vuelan a esconderse cuando el alma percibe que quedarán enredados por siempre entre los hilos que van completando el tejido de nuestra memoria. Sobrevuelan siempre cuando la atmósfera lo permite. Si la circunstancia es adecuada se precipitan, empujándose unos a otros, sin dar tiempo a nuestra carne, a nuestro corazón, a nuestras entrañas a asimilarlos, a ordenarlos y limitarlos para poder mantener bajo control sus consecuencias.
Los recuerdos pueden ser bálsamo o veneno. Cuando se lleva la piel marcada, son sal que se arroja sobre cada herida. Sal que se va diluyendo lentamente fundiéndose con el torrente que cada pulso arrastra en una agonía interminable.
Te vas y toda yo sufro una fractura. Arrancas una parte de mí, tú. Y quedo lesionada, desgarrada en infinitas cisuras que te invocan, con un dolor sordo, en cada bocanada de aire que mis pulmones buscan para sobrevivir.
Y cada rastro que has dejado en mí trae un recuerdo. Imágenes que me hostigan sin compasión, que descomponen mis latidos liberando una ansiedad atronadora.
Cuando comparto tus recuerdos, que se mezclan con los míos, juguetean unos y otros arrojándose a un bailoteo travieso que lo mismo me arrancan desgajados suspiros, que sacuden mi sonrisa. Tu voz los gobierna. Los trae y los lleva. Y dóciles siguen la cadencia de tus palabras siguiendo tu juego: me provocas, me calmas, me despiertas, me enamoras…
Estoy llena de recuerdos. Llena de momentos. Llena de suspiros. Llena de caricias. Llena de susurros. Llena de risas. Llena de lágrimas. Llena de sueños. Llena de deseos. Llena de sombras. Llena de luces. Estoy llena de vida.

RELATO DE DOMINGO

Sopla el viento anunciando la cercanía de una estación que se aproxima inexorable. Alzo mi rostro para aspirar la fragancia que la precede. Es el otoño, un entretiempo en el que la naturaleza me atrapa y libera, me inspira, me desordena y me acoge.

Domingo sereno tras borrascas de verano. Momento perfecto para sumergirse en la lectura.

                                       

Ahora que mi tiempo se termina y apenas puedo levantar mi rostro. Ahora que ni la vestidura soporto contra mí porque en la agonía final el más ligero temblor me inclina ante el precipicio en el que he de extinguirme. Ahora, y sólo ahora, deseo gritarte todo aquello que he guardado entre los pliegues que me han cubierto durante mi temporal existencia.
No te hablaré del principio porque aún siento que antes de ti no había nada. Perdura la huella, como grabada a fuego, de la primera vez que te vi. A través de una cortina de lluvia de la que huías, agazapada, entumecida por el frío y el peso del agua sobre tu cuerpo delicado. Se detuvo el tiempo, ¡ah… el tiempo!, un concepto que cambió al conocerte. Yo, inmóvil, dejando que el agua diluyese tu visión por si tan sólo fuera un espejismo. ¿Después?, no sé. Mis días esperándote, buscándote siempre en el mismo lugar. Contraída el alma ante la expectativa.
Una vez llegaste, deprisa, inquieta como siempre que el sol lucía. Apenas me rozaste, algo fortuito, y pude sentir cómo estallaba mi mundo llevándome contigo a través de burbujas azuladas, como el cielo en el que tantas veces te perdía. ¡Si hubieras podido escuchar las notas que aquellas casuales caricias me arrancaban formando para ti una nueva «chanson triste»! Las noches de desvelo rogándole a la luna, mecenas de los amantes, que me regalase alas de plata para poder seguirte.
Algunas veces te agitabas coqueta a mi alrededor, o frente a mí, hiriéndome mientras te miraba con embeleso esperando que la brisa me trajera el eco de tus juegos. Exquisita en tu forma de moverte. Incluso a contraluz, recortada tu silueta proyectando sombras, descubría que deseaba perderme por siempre en ellas si así lograba que te quedaras conmigo día y noche, sin importar la penumbra.
Vestías colores que inundaban mi universo de primavera, pincel del aire, retal de arco iris. Te quería azul, mar de sueños, bóveda celeste; y verde, esperanza eterna, intensa o suave, húmeda o cálida; te quería blanca, dulce serenidad, jirón de nube; y marrón y roja, pasión que se inflamaba al verte; y también negra, color de la noche donde el temor a no volver a encontrarte y el desánimo de la impaciencia, me hacían cerrarme en mí esperando con ansia un nuevo amanecer que te volviera a traer.
Puedo imaginar tu sorpresa al descubrir la naturaleza de mis emociones. Incluso entenderé que te parezcan desmedidas, tanta vehemencia en apenas diez días transcurridos desde esa primera vez pero, compréndelo, ¡dispongo de tan poco tiempo!
El color me huye y mi aspecto se marchita. Mi ciclo vital es muy breve, pero intenso y apasionado. Te contemplo meciéndote en el viento, delicada… mariposa tú y yo… una rosa.

Idoia Mielgo Merino_firma

DESEOS

Si te pierdo,
quién me hablará
de mariposas de colores
en mi mundo en blanco y negro,
de sueños por atrapar
en una tela de araña
con extraño plumaje,
quién coserá mis pasos
cuando la impotencia los afloje
y espantará las sombras
al calor de una sonrisa,
quién me inundará
de flores de papel
para llenarlas de esbozos,
de secretos, de ilusiones,
y plantar así un jardín
en el estéril rincón
del desaliento.

Dime,
si te pierdo,
quien juntará
el corazón mutilado
con pegamento invisible
que vuelva transparente el dolor.

No puedo perderte,
no quiero perderte,
es un deseo que me consume,
aunque los deseos
no siempre podemos abrazarlos.

Tras la niebla

Idoia Mielgo Merino_firma