Daily Archives: 24 de agosto de 2020

MOMENTOS MINDFUL

Hoy es un día tranquilo, fin de la semana. En esta nueva etapa alterno relax con trabajo, ilusión con nervios, incertidumbre con amor, dolor con crecimiento, y tan caóticamente como puede resultar al leerse. Quizá la experiencia de un largo tramo de camino recorrido en el que se han sucedido diversidad de situaciones, experiencias, emociones, orden, desorden, en fin, todo aquello que la vida representa para cada uno, me hace encarar este tramo con una actitud centrada -por fin- en el presente, en cada segundo, en cada minuto, en cada hora de cada día.

He descubierto que me ayuda buscar momentos mindful. No siempre que se quiere el ánimo es el apropiado. Como ya he comentado en otros escritos, a mi cuerpo, mi mente y mi espíritu les lleva su tiempo estar en la misma sintonía o con ese mismo ánimo calmado propio del mindful, dejando de «darle vueltas a la cabeza» y parar de «rumiar, cavilar o preocuparte» en temas del pasado o del futuro, centrándose en vivir el presente. Pero encuentro huecos por donde escabullirme, observar y guiar mi mente por reflexiones que aquieten las tentativas de insurrección anímica, y en una de esas escapadas me he encontrado sobrevolando todo este tipo de cuestiones: la importancia de llenar el espacio vacío de cada día con los deseos que brotan en cada latido, impulsando acciones, gestos, sensaciones, sonidos, sentimientos como un torrente inagotable que discurre ajeno a las leyes que etiquetan todo lo que somos, sofocando la espontaneidad y la naturaleza salvaje, indómita y sorprendente de cada ser que habita en este mundo.

Yo, en momentos así, vuelvo a ser mariposa.

SORPRENDERSE

Hay días que descubro que aún con el transcurrir de los años tengo una inexplicable capacidad casi infantil de sorprenderme. No es que me halle cerca de una edad tan confiada y fresca, es más, encaro ya esa estación otoñal que parece, muchas veces, sinónimo de letargo y recogimiento que sin embargo, para mí, no sé bien si por todo lo que tiene que ver con el cambio climático en el que nos vemos inmersos o más bien por el cambio personal que me ha sobrevenido tras una tormenta -ni más desastrosa ni más grave que las que se soportan a lo largo del camino de cada uno- me hace vivir este tiempo como una primavera inesperada, con ese desbarajuste y anarquía que la suele caracterizar.

Mis sentidos se saturan: mi pulso corre como un frenético torrente empujado por el deshielo de un largo invierno, mi ánimo cambia con la velocidad de nubes empujadas bien por masas polares unas veces, ráfagas más cálidas animadas por ese aumento de luz solar otras, o ahogándose por repentinas y abundantes lluvias propias de esa estación, de esa etapa.

Y en esta agitación espiritual, personal o anímica descubro, en este paseo por mi tiempo,  que aún soy capaz de emocionarme al pensar en embarcarme en nuevas aventuras, o en lanzarme a perseguir sueños que todavía no se han dormido, o a creer, esta vez sí, con esa incomprensible fe confiada y fresca de la infancia, que todo es posible cuando uno tiene ilusión y ganas. Eso sí, hay que contar con la habilidad que nos dan los años para aprender que los muros que no se pueden saltar bien pueden rodearse o quizá, con paciencia, desmontarlos.