Daily Archives: 10 de noviembre de 2020

BLUE

Hay días que a una parece peinarla -o despeinarla- un aire melancólico que se empeña en revolver no sólo el pelo, sino los pensamientos en general.

Y las palabras que van emergiendo de entre los labios, de entre los dedos, de los rincones que la mirada escarba, parecen caer lánguidas, como saturadas gotas de lluvia estival.

Son días que invitan a ocupar cualquier escondrijo, juntar las rodillas contra el pecho rodeándolas con los brazos, y espiar al mundo, a resguardo en la quietud de un paréntesis.

Hay días que los párpados pesan y caen como gruesas cortinas, zambulléndonos en un interior acuoso e inundado de imágenes que buscan palabras: las que quizá fueron dichas, las que tan sólo se susurraron, las que ni siquiera abandonaron la guarida del alma o las que aún quedan por decir.

FLUIDEZ

Fue su manera de poner las comas. Le daba a leer mis textos que ella puntuaba como si cada punto y cada coma le fueran dictados por Dios. Traté de rebelarme. «La fluidez», le decía, «con tantas comas acabas con la fluidez». Se quedaba en silencio, sonreía y, a lo mucho, replicaba con un «Es tu texto, tú decides». Pero yo no decía nada, acababa por darle la razón en todo. ¿Qué es la fluidez, al fin y al cabo? En la escuela, cuando el maestro nos pedía nuestras impresiones de lectura sobre algún libro, decíamos invariablemente: «Tiene un estilo fluido», y la respuesta lo dejaba satisfecho. «Estilo fluido» era una máxima incontrovertible como «Dios es bueno».

Todos los escritores tenían estilo fluido. ¡Qué tonto debí de parecerle a ella defendiendo la fluidez de mis textos, como si la literatura fuera una subdivisión de la hidráulica! Ella nunca pronunció la palabra fluido o fluidez, pero ponía comas en lugares recónditos que volvían el camino de la frase más pedregoso, le otorgaban una credibilidad que antes no tenía.

Cuando corregía sus ojos se concentraban como un cazador que vislumbra la presa. Era tímida, pero en esos momentos se volvía un ave rapaz y temible. Una vez plasmada en la hoja, su puntuación, que podía parecer en extremo escrupulosa y casi pusilánime, se volvía inatacable. «Viniste al mundo a poner comas», le dije una vez. «Sí, las tuyas», contestó sin mirarme. Tenía razón. Antes de conocerla yo conocía las comas, pero no las mías.

Mis amigos, que nunca la vieron corregir, no lograban entender que yo hubiera dejado a Susana por una correctora poco agraciada como ella. «Me dio un estilo», les decía. «Te embrujó, que es distinto», decían ellos. «Puede ser, pero me enseñó a embrujar a mi lector», replicaba yo. Sus comas cambiaron no sólo la respiración de mis textos, sino mi respiración corporal. Un estilo, si no es puro maquillaje, te cambia la vida. Y el estilo surge de la puntuación, sobre todo de las comas. Sus comas terribles, casi gotas de plomo en la página, me abrieron los ojos, y nunca se lo agradeceré bastante.

F.M.

Me resulta curioso leer estas palabras del escritor Fabio Morábito, pertenecientes a su trabajo «El idioma materno» que hace tiempo descubrí y que me fascinó. Unas páginas para disfrutar sin mirar al reloj, donde tomar aire con sus palabras dejándose salpicar por sus mensajes que estimulan la mente hacia caminos poco transitados, los de la reflexión. Y me resultan curiosas porque yo, al igual que Fabio, me he topado con alguien que también cambió, con sus comas, no sólo la respiración de mis textos, sino también la respiración corporal. Unas comas que bailan ahora ante mis ojos en cuanto empiezo a juntar letras formando frases. Unas comas que redimensionan cada pensamiento trasladado al papel.

¡Qué importantes son los signos de puntuación!