FLUIDEZ

Fue su manera de poner las comas. Le daba a leer mis textos que ella puntuaba como si cada punto y cada coma le fueran dictados por Dios. Traté de rebelarme. «La fluidez», le decía, «con tantas comas acabas con la fluidez». Se quedaba en silencio, sonreía y, a lo mucho, replicaba con un «Es tu texto, tú decides». Pero yo no decía nada, acababa por darle la razón en todo. ¿Qué es la fluidez, al fin y al cabo? En la escuela, cuando el maestro nos pedía nuestras impresiones de lectura sobre algún libro, decíamos invariablemente: «Tiene un estilo fluido», y la respuesta lo dejaba satisfecho. «Estilo fluido» era una máxima incontrovertible como «Dios es bueno».

Todos los escritores tenían estilo fluido. ¡Qué tonto debí de parecerle a ella defendiendo la fluidez de mis textos, como si la literatura fuera una subdivisión de la hidráulica! Ella nunca pronunció la palabra fluido o fluidez, pero ponía comas en lugares recónditos que volvían el camino de la frase más pedregoso, le otorgaban una credibilidad que antes no tenía.

Cuando corregía sus ojos se concentraban como un cazador que vislumbra la presa. Era tímida, pero en esos momentos se volvía un ave rapaz y temible. Una vez plasmada en la hoja, su puntuación, que podía parecer en extremo escrupulosa y casi pusilánime, se volvía inatacable. «Viniste al mundo a poner comas», le dije una vez. «Sí, las tuyas», contestó sin mirarme. Tenía razón. Antes de conocerla yo conocía las comas, pero no las mías.

Mis amigos, que nunca la vieron corregir, no lograban entender que yo hubiera dejado a Susana por una correctora poco agraciada como ella. «Me dio un estilo», les decía. «Te embrujó, que es distinto», decían ellos. «Puede ser, pero me enseñó a embrujar a mi lector», replicaba yo. Sus comas cambiaron no sólo la respiración de mis textos, sino mi respiración corporal. Un estilo, si no es puro maquillaje, te cambia la vida. Y el estilo surge de la puntuación, sobre todo de las comas. Sus comas terribles, casi gotas de plomo en la página, me abrieron los ojos, y nunca se lo agradeceré bastante.

F.M.

Me resulta curioso leer estas palabras del escritor Fabio Morábito, pertenecientes a su trabajo «El idioma materno» que hace tiempo descubrí y que me fascinó. Unas páginas para disfrutar sin mirar al reloj, donde tomar aire con sus palabras dejándose salpicar por sus mensajes que estimulan la mente hacia caminos poco transitados, los de la reflexión. Y me resultan curiosas porque yo, al igual que Fabio, me he topado con alguien que también cambió, con sus comas, no sólo la respiración de mis textos, sino también la respiración corporal. Unas comas que bailan ahora ante mis ojos en cuanto empiezo a juntar letras formando frases. Unas comas que redimensionan cada pensamiento trasladado al papel.

¡Qué importantes son los signos de puntuación!

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