El tiempo es la cosa más valiosa que una persona puede gastar. (Theophrastus)
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Se dice del tiempo que siempre encuentra un lugar a cada cosa. Y también es cierto que va atemperando el ímpetu, los anhelos, las ilusiones.
Y en su ineludible compañía, adormecidos en el movimiento de segundos y minutos, olvidamos el vértigo del pulso desbocado al ritmo de latidos urgentes y sin compás, la respiración impaciente, trémula, el baile de las mariposas que la ilusión libera en nuestro interior.
El juvenil ardor se consume sofocado por la edad. Y la costumbre, que aparece a la sombra del tiempo, de su mano caprichosa, se vuelve nuestra realidad.
Pero en cualquier otoño puede surgir una primavera temprana, inesperada, alterando el paisaje. Y el tiempo ya no importa. Y regresan de golpe todas aquellas sensaciones enterradas, vividas, pero olvidadas.
Y en esos tímidos brotes reverdecen nuevas ilusiones. Y encontramos, incluso los días de lluvia, un motivo para sonreír.
El tiempo, relativo y trascendental, que cambia las cosas de lugar, o sencillamente, encuentra lugares nuevos para las cosas.