CUANDO LA VIDA PARECE APRETAR

La vida no es fácil. Los días están llenos de obstáculos. Se complacen en medir tu resistencia. Pero van pasando y uno, mejor o peor, se va haciendo a ellos. Eso es la rutina.

Pero a veces esos días se aburren y te miran maliciosos pensando en recargar un poco más tu grado de tolerancia.

De pronto, algo se rompe en la organizada cadena de minutos amenazando tu agenda. Comprometiendo a aquellos que dependen de ti, de tus acciones, de tu respirar.

Es como si te sorprendiera una catástrofe de las que aparecen en televisión. Incapacitados para medir la intensidad con objetividad, arrastrados por el pánico, por el sentido de la responsabilidad que duele como un tatuaje recién hecho, que deja tu piel herida. Porque sucede cuando las circunstancias de tu realidad no permiten improvisar.

Y sientes la ansiedad respirándote en la nuca. El deseo de rendirte más acuciante que nunca. «Piensa», te exhortas, «piensa…» Y tu alma se estira, maltrecha,  intentando mostrarte el camino.

Cuando la vida parece apretar la cadena con la que tira de ti en algunos tramos del camino, emergen esos ángeles que te guardan. Invisibles a tu rutina, pero siempre atentos a tus señales de alarma.

De ahí, uno comprueba la veracidad de la sabiduría popular: «una de cal y otra de arena». No importa los reveses que crucen tu rostro, cuando tienes brazos que te confortarán y atenuarán las sacudidas.

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