En un roce descuidado prendes el incendio donde mi piel arde, y sofocada invoca tu llama libertadora al tiempo que, sedienta, busca hallar equilibrio en la lluvia de tus labios, ávida del manantial de tu boca.
Tus manos abren surcos de donde emerge el delirio que exalta la razón, sumiéndola en la inconsciencia hasta un estado primario, salvaje, que demanda de ti tu fiereza, tu insurrección.
Y en el motín de los cuerpos, sin vencedores ni vencidos, se anclan en el alma, ternuras inmensurables.