HIDRATARSE

El día ha amanecido soleado en este viernes frío de noviembre. Mis ojos se han acostumbrado a este paisaje que habito, pero es cierto que, en ocasiones, los cierro para cruzar esa ventana que despliega ante mí recuerdos y añoranzas.

Me imagino asomada tras los cristales de una ventana. Es otoño. Se ha desatado una tormenta. Deliberan la lluvia y el viento. Las gotas, saltarinas, se adhieren al vidrio acercando una distorsionada visión del mar. El mar —mi horizonte añorado—. Creo que las tormentas le vigorizan, le tonifican. Y aprovecha el alboroto para exhibirse, poderoso. No puedo dejar de mirarlo con arrobo.

Siento el espíritu repentinamente marinero, y mi corazón palpita al ritmo del embate de cada ola en un son que marca el compás de mis pasos. Reposo mi cabeza en el frío de la ventana y todo entra en un estado de dulce sopor con el salmo que el viento entona, el desorden de la lluvia y la réplica del mar.

Me obstino en mantener los ojos cerrados para suspenderme en esa visión que se crea en mi mente. Un rato más, me digo. Tan sólo el tiempo necesario para hidratar este cuerpo sediento de mar.

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