
Mixkit-classica
La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas.
—Aristóteles—
Los días van pasando. Cada uno inmerso en su viaje. Las pequeñas cosas se convierten en un equipaje que nos va fondeando a un lugar, a unos hábitos. Parece que cada vez nos cuesta más coincidir en la charla. Tenemos infinitas cosas que hacer que se van alargando inusitadamente. Pero en ese lejano avanzar de cada cual, donde nuestra imagen parece desenfocarse, emborronarse, la conexión de la verdadera amistad —que surge un día no por un motivo racional, sino por un ensamble emocional—, ese nexo, se tensa, recordándonos quién está a cada extremo de esa hebra invisible.
Entonces recuerdo que tú estás si yo te llamo, y deseo que no olvides que siempre estoy si tú lo pides. Jugueteo con los recuerdos de tantas ocasiones en que la sonrisa estrenada de los lunes se iba descolgando y tenía que retocármela con un poco de maquillaje. Tanteo también para sentir el lugar donde escondo esos tesoros que he ido recolectando, casi sin darme cuenta, del compartir, de emocionarme, de sorprenderme, de inquietarme, de reír y llorar… en compañía. Pequeños talismanes que son capaces de dar impulso cuando el latido de nuestro corazón parece perder el ritmo, que te ponen tiritas llenas de cariño cuando la vida provoca rozaduras.
Tengo la suerte de haberte encontrado en mi camino. Saber que estás ahí me reconforta. Y hay ocasiones en que siento esa necesidad por «compartir», sólo eso, sea lo que sea. Por eso quería dedicar unos minutos a pensar en ti. A la amistad verdadera. Para que sepas que sigo enviándote toneladas de ánimo para tus cruzadas y que puedo ser un escudero resultón, un poco achacoso en el transcurrir del tiempo, que se obstina en curvar los días.
Recuerdo que estás, siento que estás. Sólo quiero que no olvides que yo también estoy: sólo mándame señales… aunque sean de humo.
Emotivo. Hermoso.