Cuando el momento se acerca todo se precipita, el dolor contenido se libera como un furioso torrente que a su paso todo lo arrolla, se confunden miedo y dicha, corazón y mente, lágrimas y risa, ansiedades y deseos…
Intento aquietar la impaciencia que me golpea como una marea furiosa.
Me cuesta no cerrar los ojos, olvidarme del mundo, sumiendo a mis sentidos en indulgente letargo hasta que tú me reclames.
Tu voz se adentra en mi reserva, me acaricias sin rozarme con tus palabras, que se filtran a través de la piel hasta lo más recóndito de mi alma. Y siento como me posees, me descubro tuya, rindiendo mi voluntad incluso en tus silencios.
De pronto nada tiene sentido, salvo ver pasar las horas. Nada tiene importancia, salvo acechar tu proximidad. Y todo mi cuerpo grita sediento, hambriento de ti. Se rebela lanzando imágenes que enardecen las ganas contenidas, silenciadas, reprimidas. Aprieto los labios para evitar gritar tu nombre, tantas veces murmurado como una plegaria.
Amar de una forma tan excesiva, desmesurada, incomprensible e indómita. Tan desconocida, tan vital… tanto…