VOLAR SIN ALAS

Cuánto tiempo encerrada en mi propio refugio viendo caer la lluvia, cuyo sonido, a veces, calmaba mi agitación y, otras, calaba mi interior convirtiéndolo en río. Soñé con tener alas. Un día creí poder volar, ansiaba volar. Pero mi plumaje no terminaba de espumar… Y mis extremidades se fueron enterrando, enraizando, creando un micro universo a mi alrededor que comprometía mis ensueños de volar. Contemplaba las estaciones aprendiendo a fijar la mirada en tierra. Descubriendo las pequeñas maravillas que continuamente emergen, nos acarician y empujan como brisa que aplaca el calor sofocante en el que los desiertos se expanden.
Ante mis ojos fueron pasando muchos veranos, otoños, inviernos, primaveras. La vida se desarrollaba según el itinerario de algún calendario desconocido. De forma natural en unos tramos, un tanto más duramente en otros. Olvidé que un día tuve alas, o que al menos, creí que me crecerían. Mis extremidades se encogieron en un gesto protector. Mi universo crecía bajo su amparo, pero no podía moverlas.
Sentí una borrasca. Llegó a golpearme. Había pasado algo. Algo dolía, pero no conseguía saber el qué. Con los ojos apretados, temiendo abrirlos al intuir mi universo hundido, o que tal vez yo me hubiera desplomado. Vacío. Nada. Una calma indefinible. Todo parecía igual y sin embargo, un aire nuevo me rodeaba, poderoso, empujándome. Incitándome a abandonar mi refugio, recogiendo mi cuerpo, confortando mi ánimo, alcanzando mi alma para exhortarla a desplegarse. Mover tanta resignación, despertar la mansedumbre bajo la que me había enterrado no le resultaría tarea fácil.
Viento, naturaleza, niebla, mar, montaña, tierra, hierba, sol, lluvia, nube… bajo cualquier forma me invitaba a sacudirme para encontrar mis alas. Tanto tiempo inmóviles, olvidadas, desdeñadas por mí, habían terminado por atrofiarse.
Tenaz, su presencia terrible, suave, fiera, inclemente, confortable, tramaba plumas vistiendo mi hambre de volar. Y volé. Quizá no había gracia en mis movimientos. Ni podía alcanzar las piruetas imaginadas. Dolía agitar las alas, aquellas alas estropeadas pero desplegadas al fin. Recorrí los lugares que había ido creando en mi interior. Algunos se habían extinguido, otros se habían transformado tanto, que me costaba reconocerlos. Descubrí algunos nuevos, desconocidos. Y en esta nueva forma, que también provocaba un ligero dolor en cada nuevo movimiento, pensé: También se puede volar sin alas.

2 Comentarios

  1. Marisa
    1 de agosto de 2020 at 09:05

    Qué bello!!
    Pero ¿cómo se aprende a volar sin alas?
    Difícil…. ¿Imposible? Quien sabe…

    Reply

    1. 1 de agosto de 2020 at 18:32

      Yo descubrí que hay muchas maneras de volar. La vida nunca avisa cuándo será la hora ni cuándo el momento, eso es algo que cada uno encuentra, aprende, alcanza, practica…


Leave a Reply