VENDRÁ EL CREPÚSCULO A ARRUINARNOS LA TARDE

Son las seis, la luz no ha llegado aún, pero se presiente su proximidad. Huele a limpio, un nuevo día por estrenar, no se sabe ni qué color le acompañará. Es lo mágico de los amaneceres: les precede un número ilimitado de promesas. Unas se cumplen, otras no.

Algunos madrugadores ya le saludan, impacientes por estrenar otra jornada más le reciben llenos de energía. Otros permanecen agazapados, a salvo en su inconsciencia. Como si retrasaran el inevitable inicio. Antes o después, lo mismo da, el día pasa para todos por igual.

Como hormigas de patrulla, la gente va llenando las calles poco a poco. Pronto se convierten en arterias por las que discurre una marea cambiante. Se incorporan máquinas que echan humo y emiten estridentes ruidos.

La ciudad, los pueblos, el campo, la costa, todo inicia la cuenta atrás de otro eslabón que formará parte, inevitablemente, del calendario. E imbuidos de la extravagante felicidad que provoca estrenar algo, cualquier cosa, incluso un simple nuevo día, acumulamos expectativas como cupones a canjear cuando el itinerario se va torciendo.

Y en estas sensaciones que despiertan en el amanecer, ni siquiera somos capaces de sospechar que, irremediablemente, vendrá el crepúsculo a arruinarnos la tarde.

Leave a Reply