Y DE NUEVO DOMINGO

Alcanzado otro domingo. Bulle en mi interior una sensación indefinible. No es que la preste mucha atención, lo cierto es que me apresuro a buscarle una respuesta simple, sin hondura: será la astenia otoñal. Hoy tengo ganas de estar tumbada, de espaldas, mirando al techo. Ayer era toda melancolía; de pronto risas; y de nuevo llanto.
A pesar del frío propio de este octubre fuera hace un día cálido y despejado que invita a disfrutar de la luz que irradia sobre cada esquina y espacio. Pero yo hoy solo tengo ganas de estar tumbada y dejarme absorber por el silencio; ser capaz de dejar la mente en blanco y abstraerme de todo lo demás.
Estoy inquieta. Podría haber contraído un extraño virus (creo que en nada parecido al que nos amenaza en estos tiempos) que atrae hacia mí todos los ecos de una tormenta invisible, como cuando los huesos duelen ante la proximidad de un cambio atmosférico. Voy absorbiendo su pesadez y de pronto me doy cuenta de que me siento sobrecargada y que, para colmo de desventuras, me importa un rábano.
Siento a veces que tengo la sensibilidad a flor de piel, como si fuera una herida expuesta a cualquier roce. Y así mismo cada roce, incluso del aire, me hace encogerme más, retraerme más. Por eso quizá hoy me venzan las ganas de estar tumbada, de espaldas, mirando al techo. Alejándome de la trampa que mi mente intenta tenderme. No, nada de reflexión introspectiva. Quizá me decante por distraerme con la televisión o mejor, quizá me aventure a iniciar una breve aventura dominical entre las páginas de cualquier libro.

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