Están sentados en la mesa del comedor jugando a cartas y bebiendo cerveza. Ella lleva un pantalón corto y una camiseta de él sin nada debajo, además de unas de esas enormes zapatillas con forma de cabeza de elefante. Lo que él lleva no es importante. Charlan y ríen mientras el grifo de la cocina gotea sobre los platos de la cena aún sin fregar. De fondo, Chet Baker acompaña sus risas y llena los pocos vacíos entre sus palabras, cuando él pide silencio para estudiar sus cartas. A él no le gusta el jazz, pero no se queja, porque sabe que de alguna manera tiene que ser así. Ella baraja y le mira, pero él no se da cuenta porque está distraído pensando que quizás al día siguiente la lleve a ver la reposición de esa película francesa de la que ella tanto habla. A él el cine francés le gusta menos que el jazz, pero es que ella le gusta más que el boxeo. Después, él da un sorbo a su cerveza y la mira, pero ella no se da cuenta porque ya está repartiendo las cartas y pensando que en esta partida volverá a dejarle ganar.