Encierra la pupila
el mecanismo del reloj
sobre la piel que el tiempo desgarra.
El óxido
asoma bajo los ojos
allá donde la sal
ha dañado la envoltura del rostro.
Y el tiempo va…
y nunca vuelve.
Escudriña el alma,
agazapada tras los cristales
apagados y nebulosos,
donde el mecanismo continúa,
implacable, cada hora, cada minuto, cada segundo.
