La espera es como una puerta cerrada que miramos expectantes. Una puerta en la que se nos pierden los minutos prendidos de un pomo que esperamos ver girar, abriéndose así a nuestra esperanza, a nuestros deseos. Y en ese tiempo vacío se amontonan, a nuestro alrededor, las hojas caídas del calendario; maleza marchita que va diluyendo los matices a nuestro alrededor.
Todo parece detenerse cuando uno espera, y cada segundo se alarga elástico, poniendo a prueba el temple de quien aguarda. Pero una puerta es una puerta y al final… siempre acaba abriéndose, aunque por el fin que le corresponde, después, vuelva a cerrarse.
A veces creo que no soy yo. No soy mi día a día. No soy la rutina ni el poso de lo que va quedando.
Dos esperas que se enfrentan, dos buscadores, un sin fin de sueños… y toda la intensidad que se va posando por aquello que no se entrega. Se cruzan los caminos y se intercambian las cargas.
Esperar sin rendirse es un ejercicio de resistencia. Esperar, esperarte.