Te invito a tomar esta noche un baño de luna,
te invito a pasear de la mano y hablar de lo nuestro.
te ofrezco mi mano y mi pecho,
te ofrezco mi vida de nuevo,
te invito a olvidar el pasado y hacer otro intento.
Estas letras pueden servir de preludio para una invitación así. Pasear de la mano acerca andares y dispone el ánimo para compartir el viaje hacia el que se parta. El destino no importa, sólo el saber que el paso se vuelve más seguro en la certeza de que tienes donde afirmarte cuando los desniveles del camino te hacen titubear. Comenzar una senda que se aparta de la línea esbozada puede ser una hermosa aventura. Atrevámonos a decir: ¡aquí tienes mi mano, es hora de levantar velas!
Yo he descubierto lo que significa caminar uno al lado del otro. El brazo relajado a lo largo de tu cuerpo y la mano en un gesto de espera, confiando, paciente, que arribe a ella. Y se ajusta la mía como si vistiera un guante hecho a medida. Me resulta asombroso que algo tan intrascendente pueda ser capaz de transformar el escenario en el que me encuentre e incluso altere mi forma de caminar, de respirar, de ver, de oír o de oler aquello que nos rodee.
Hay momentos intensos en que tus manos toman y dan. Se muestran exaltadas o generosas. Su tacto muerde mi sosiego sublevando mi sensatez. Su lenguaje es único y se entienden cumplidamente con cada milímetro de mi piel, con cada parte de mi cuerpo donde queda esculpida la huella de su paso.
Y tras la tormenta que desatan, nuestras manos se toman de nuevo. La mía se rinde, extenuada, en un gesto descuidado que otorga la intimidad sin reserva. La tuya la cubre, protectora y serena. No puedo evitar observarlas, quietas, fundidas, y todo mi ser se conmueve ante la imagen de comunión que son capaces de reflejar.
Hay una conversación silenciosa entre las manos que se toman. Un leguaje antiguo que se está perdiendo. Creemos, tú y yo, un movimiento en favor de la conservación de ese acto tan natural.
Juntemos nuestras manos y juguemos de nuevo. Tú serás la brújula, y yo… yo seré el viento.